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Un ataque de lucidez. Jill Bolte Taylor
La doctora Jill Bolte Taylor, acreditada neuróloga (neuroanatomista) que investiga el cerebro humano postmortem y su relación con la esquizofrenia y las enfermedades mentales graves. Fundó la organización no lucrativa Jill Bolte Taylor Brains, Inc.
En 1996, experimentó una hemorragia grave en el hemisferio izquierdo de su cerebro, a los 37 años de edad, un ictus hemorrágico en el hemisferio cerebral izquierdo, del que fue testigo consciente, con una consciencia mayor debido a su propia formación neurológica. y publicada en Harvard, Después de esta malformación arteriovenosa del cerebro (MAV), no podía caminar, hablar, leer, escribir ni recordar nada de su vida. A la doctora Jill le llevó ocho años recuperar por completo toda su función física y la capacidad de pensar.
Según su testimonio, vivió toda aquella experiencia –ataque, diagnóstico, intervención, recuperación posterior durante ocho años- como “una bendición” que habría de cambiar su modo de vivir y de ver la vida.
En 2008, la doctora Jill hizo una presentación en la Conferencia TED en Monterey, CA, que catapultó su historia a la luz pública y fue elegida como una de las 100 personas más influyentes de la revista Time en el mundo en 2008.
Asimismo, fue la invitada premier en la Serie de Web-Cast el Alma de Oprah(Oprah’s Soul Series web-cast), y su libro Un ataque de lucidez se convirtió en un bestseller del The New York Times que fue traducido a más de 30 idiomas.
Animada por un deseo de ayudar a quienes pueden sufrir un accidente similar, así como a los familiares o personas que les ayuden, en la actualidad se dedica a ofrecer conferencias sobre lo que fue su propia experiencia.
En realidad, su motivación es más amplia: quiere animar a las personas a entrar conscientemente en contacto con el hemisferio derecho de nuestro cerebro, con nuestra “mente derecha”, para vivir de un modo más pleno, en la gratitud, la alegría y la compasión que se experimentan cuando somos capaces de vivir en el presente.
Jill Taylor recogió esa experiencia, con lo que aprendió de ella, en un libro publicado en 2006: My Stroke of insight, que acaba de ser traducido al castellano con el título Un ataque de lucidez.
Junto con la admiración que me despertó el modo como vivió su proceso de recuperación, me llamó mucho la atención el relato de las vivencias que tuvo durante el tiempo en que su hemisferio izquierdo fue anegado en sangre, quedando activo únicamente, en cierto modo, el derecho.
En concreto, me parece importante su invitación a conectar voluntariamente con nuestra “mente derecha”: es lo que hacemos cada vez que venimos al momento presente, volcados en lo que hacemos, o en tiempos de silencio, practicando la meditación.
Hasta un cierto punto, se trata de una experiencia en la que no hay “pensamiento”, pero sigue habiendo “conciencia”. Y esto me parece decisivo, si se tiene en cuenta hasta qué punto solemos vivir enredados en pensamientos sin consciencia (o rumiación). Lo que, en cualquier caso, parece claro es que, para “venir” y “permanecer” en el hemisferio derecho, necesitamos aprender a acallar la mente: de hecho, una mente silenciosa es garantía de que nos hallamos en él.
Y como trasfondo, algo que constituye para ella una evidencia: la tremenda “plasticidad” del cerebro humano para reparar, sustituir y volver a entrenar sus circuitos neuronales. “El cerebro tiene una increíble capacidad para cambiar sus conexiones, basándose en los estímulos que le entran. Esta «plasticidad» del cerebro es la base de su capacidad para recuperar las funciones perdidas”.
Lo que ofrezco a continuación es lo siguiente: una crónica que apareció en el diario “El Mundo”, el día 3 de junio de 2008; una serie de textos de la doctora J. Taylor, extraídos de su propio libro.
DE LA EMBOLIA AL NIRVANA
CARLOS FRESNEDA (Diario “EL MUNDO”, 03-06-2008)
NUEVA YORK.– Primero fue un dolor agudo en la cabeza, después la sensación de que la realidad se desdoblaba. Perdió la capacidad de leer y de interpretar los números, se le paralizó un brazo, no podía andar. Pensó que no había escapatoria, que sus minutos estaban contados. Como si fuera la última proeza de su vida, recordó a duras penas el teléfono del trabajo y alcanzó a marcar: «¡Soy Jill, necesito ayuda!». Acababa de sufrir una embolia cerebral.
Jill Bolte Taylor tenía entonces 37 años y era una prestigiosa neuróloga en el Centro de Recursos de Tejidos Cerebrales de Harvard. Había llegado a la psicología y a la biología para ahondar en la esquizofrenia de su hermano.
Conocía como pocos la anatomía del cerebro humano; había manipulado unos cuantos con sus manos. Nunca sospechó que ese conocimiento de primerísima mano le vendría de perlas para el insospechado viaje al fondo de su propia mente.
«Sufrí una hemorragia interior en el lóbulo izquierdo y en menos de cuatro horas mi mente perdió la capacidad de procesar información», recuerda. «Pero al mismo tiempo tuve la sensación de una profunda paz interior (…) No soy una autoridad en la materia, pero pienso que los budistas dirían que entré en el estado que llaman nirvana».
My Stroke of insight se titula el apasionante libro en el que Jill Bolte Taylor narra desde muy dentro su experiencia, que explica así: «Mientras el hemisferio izquierdo de mi cerebro perdía sus funciones analíticas, el hemisferio derecho emergió en toda su plenitud, sin inhibiciones. Es ahí donde anidan la creatividad y la sensibilidad artística. Es también de donde emanan la paz, el júbilo, la compasión y la sensación de ser uno con el universo».
Aunque tuvieron que practicarle una craneotomía y extraerle un coágulo del tamaño de una bola de golf, la neuróloga nunca perdió su recién conquistado sentido del humor: «¡Eh, doctor, tengo 37 años y estoy soltera, así que hágame el favor de no dejarme calva!».
Recuperarse física y mentalmente le llevó nada menos que ocho años. Tuvo que reaprender a sumar y restar, ejercitar con un profesor de dicción, «y volver a explorar el mundo de un modo táctil, como si fuera un niño». Le dijeron que era prácticamente imposible recuperar todas las funciones dañadas, pero ella se empeñó con la ciencia en la mano: «Si de algo estoy convencida es de la increíble plasticidad del cerebro. Nuestra materia gris es como un patio de recreo repleto de niños… Si les quitas el tobogán, los chavales encuentran enseguida otra cosa que hacer. Lo mismo pasa en el cerebro: las neuronas no pueden quedarse mucho tiempo desocupadas».
Jill Bolte Taylor no ha vuelto a su querido laboratorio de Harvard, pero ejerce ahora como profesora en la Universidad de Bloomington (Indiana) y recorre el país dando conferencias que causan una gran expectación. Más de dos millones de internautas han pinchado el vídeo con su intervención en el congreso de Tecnología, Entretenimiento y Diseño (TED). La revista Time la ha elegido entre las 100 personas más influyentes del año 2008.
Las reticencias iniciales de la clase científica ante el arranque místico de la neuróloga han dejado paso a la curiosidad creciente por su experiencia, que puede ser de gran utilidad para la recuperación en casos de embolia. Jill Bolter Taylor quiere ir aún más allá e invita al común de los mortales a explorar y liberar el hemisferio derecho (considerado tradicionalmente como el lado femenino) del dominio tantas veces implacable del lóbulo izquierdo: la parte cerebral, lógica, fría, egoísta, juiciosa, analítica.
«Estoy convencida de que cuanto más tiempo pasemos funcionando en la profunda paz interior que emana del hemisferio derecho, más seremos capaces de proyectar paz en el mundo», sostiene Taylor, que se remite a los estudios sobre la meditación y los monjes tibetanos. «En la mente derecha sólo existe el presente, y es ahí donde se experimenta el gozo de vivir en el momento. El hemisferio izquierdo llega después y lo divide todo en pasado, presente y futuro».
Taylor admite sin embargo que la mente izquierda es esencial para funcionar en la vida diaria, y advierte que las conexiones entre los dos hemisferios a través del cuerpo calloso «son tan íntimas y constantes que resulta muy difícil separarlas».
Más de 40 trepidantes páginas le dedica la neuróloga a esas cuatro horas de inmersión total en el océano de la mente… «Me sentí suspendida en dos mundos, capturada entre dos planos de la realidad», concluye la neuróloga. «El infierno existía en el dolor de mi cuerpo herido y hecho un ovillo, como si fuera un feto; el cielo existía en forma de consciencia y de dicha eterna. Y a pesar de todo, en algún profundo lugar dentro de mí, había un ser jubiloso celebrando el hecho de haber sobrevivido».
1958: Nace en Terre Haute (Indiana). 1970: La esquizofrenia de su hermano le lleva a interesarse por la Psicología. Se licencia en Psicología y en Biología por la Universidad de Bloomington. 1994: Directora de la Alianza Nacional de Enfermedades Mentales Manhattanhenge. 1996: Sufre una embolia que le deja parcialmente paralizado el lóbulo izquierdo del cerebro. 2008: Tras su recuperación, escribe el libro ‘Un ataque de lucidez’.
Jill B. Taylor cuenta que vivió el “viaje hacia el abismo sin forma de una mente callada, donde la esencia de mi ser quedó envuelta en una profunda paz interior… Mi conciencia entró en una fase en la que sentía que era una con el universo”.
“Para la mente derecha (hemisferio derecho), no existe más tiempo que el momento presente: el ahora intemporal. Es un momento en que todo y todos estamos conectados como una sola cosa.
“El hemisferio izquierdo manifiesta ese concepto de tiempo en el que nuestros momentos se dividen en pasado, presente y futuro. Es también el centro de nuestro ego, quien define nuestro “yo”.
“En este vacío de cognición superior y detalles acerca de mi vida normal [tras padecer el ictus], mi conciencia ascendió a un estado de “saberlo todo”, de “ser uno” con el universo… «¡Soy Vida! Soy un mar de agua encerrado en esta bolsa membranosa»… En lugar de un flujo continuo de experiencia que se pudiera dividir en pasado, presente y futuro, cada momento parecía existir en perfecto aislamiento… Y estando así sumida en las profundidades de la falta de temporalidad mundana, los límites de mi cuerpo terrenal se disolvieron y me fundí con el universo… Aceptada dentro de un capullo sagrado con una mente en silencio y el corazón tranquilo, sentí que la fuerza de mi energía se elevaba. Mi cuerpo cayó inerte y mi conciencia ascendió a una vibración más lenta… Sentí que mi espíritu renunciaba a su unión con este cuerpo y quedé liberada del dolor.
“Me sentía como un genio liberado de su botella… Esa ausencia de límites físicos, mejor que el mejor de los placeres que podemos experimentar como seres físicos, era una beatitud gloriosa… Aquel día especial aprendí el significado de simplemente «ser»…
“Toda mi concepción del yo cambió, porque ya no me percibía a mí misma como un individuo, un sólido, una entidad con contornos que me separaban de las entidades que me rodeaban. Comprendí que en lo más elemental soy un fluido… Mi alma era tan grande como el universo y se regocijaba alegremente en un mar sin límites… En algún lugar en el fondo de mí había un ser jubiloso.
“Percibía a la gente como paquetes concentrados de energía”.
[A partir de lo vivido durante la experiencia del ictus y del proceso de recuperación posterior], “la bendición que había recibido con aquella experiencia era el conocimiento de que la paz interior es accesible para cualquiera en cualquier momento… En cualquier momento podemos decidir conectar con la parte derecha de nuestro cerebro… La paz está sólo a un pensamiento de distancia, y lo único que tenemos que hacer para acceder a ella es acallar la voz de nuestra dominante mente izquierda…
“Qué maravilloso don ha sido este ataque que me ha permitido elegir y decidir quién y cómo quiero ser en el mundo. Antes del ictus, creía ser un producto de este cerebro, con un poder mínimo para decidir qué sentía o qué pensaba. Desde la hemorragia, se me han abierto los ojos a la mucha capacidad de decisión que tengo en realidad sobre lo que ocurre entre mis orejas…
“He adquirido una clara delineación de los dos personajes tan distintos que habitan en mi cráneo… Mi ataque de lucidez me hizo ver que en el núcleo de la conciencia de mi hemisferio derecho hay un personaje directamente conectado a mi sensación de profunda paz interior. Está comprometido a fondo con la expresión de la paz, amor, alegría y compasión por el mundo.
“La sensación de profunda paz interior se debe a un circuito neurológico situado en nuestro cerebro derecho. Este circuito está funcionando constantemente y siempre está a nuestra disposición para conectarnos a él. La sensación de paz es algo que ocurre en el momento presente… El primer paso para experimentar la paz interior es la voluntad de estar presente en aquí y el ahora… Pero lo más importante es que nuestro deseo de paz sea más fuerte que nuestro apego al sufrimiento, nuestro ego o nuestra necesidad de tener razón. Me gusta ese antiguo dicho que reza: «¿Quieres tener razón o quieres ser feliz?»”.
JILL B. TAYLOR, Un ataque de lucidez. Un viaje personal hacia la superación, Debate, Barcelona 2009, 271 pags., 21 €.

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Buena suerte, mala suerte
Buena suerte, mala suerte
Es una breve historia que nos hace reflexionar sobre el signo de las circunstancias que vivimos en la vida, y sobre cómo en determinadas ocasiones (no siempre, claro está) la lectura que podemos hacer de los acontecimientos, al ser a menudo parcial y limitada, no nos deja ver lecciones ulteriores que la vida nos muestra con el paso del tiempo.
Un cuento corto delicioso que da mucho que pensar, y que nos hace esbozar una sonrisa. Dice así:
“Una historia china habla de un anciano labrador, viudo y muy pobre, que vivía en una aldea, también muy necesitada. Un cálido día de verano, un precioso caballo salvaje, joven y fuerte, descendió de los prados de las montañas a buscar comida y bebida en la aldea. Ese verano, de intenso sol y escaso de lluvias, había quemado los pastos y apenas quedaba gota en los arroyos. De modo que el caballo buscaba desesperado la comida y bebida con las que sobrevivir. Quiso el destino que el animal fuera a parar al establo del anciano labrador, donde encontró la comida y la bebida deseadas.
El hijo del anciano, al oír el ruido de los cascos del caballo en el establo, y al constatar que un magnífico ejemplar había entrado en su propiedad, decidió poner la madera en la puerta de la cuadra para impedir su salida. La noticia corrió a toda velocidad por la aldea y los vecinos fueron a felicitar al anciano labrador y a su hijo. Era una gran suerte que ese bello y joven rocín salvaje fuera a parar a su establo. Era en verdad un animal que costaría mucho dinero si tuviera que ser comprado. Pero ahí estaba, en el establo, saciando tranquilamente su hambre y sed. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para felicitarle por tal regalo inesperado de la vida, el labrador les replicó: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”.
Y no entendieron…
Pero sucedió que, al dia siguiente, el caballo ya saciado, al ser ágil y fuerte como pocos, logró saltar la valla de un brinco y regresó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para condolerse con él y lamentar su desgracia, éste les replicó: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”.
Y volvieron a no entender…
Una semana después, el joven y fuerte caballo regresó de las montañas trayendo consigo una caballada inmensa y llevándoles, uno a uno, a ese establo donde sabía que encontraría alimento y agua para todos los suyos. Hembras jóvenes en edad de procrear, potros de todos los colores, más de cuarenta ejemplares seguían al corcel que una semana antes había saciado su sed y apetito en el establo del anciano labrador. ¡Los vecinos no lo podían creer! De repente, el anciano labrador se volvía rico de la manera más inesperada. Su patrimonio crecía por fruto de un azar generoso con él y su familia. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su extraordinaria buena suerte. Pero éste, de nuevo les respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”.
Y los vecinos, ahora sí, pensaron que el anciano no estaba bien de la cabeza. Era indudable que tener, de repente y por azar, más de cuarenta caballos en el establo de casa sin pagar un céntimo por ellos, solo podía ser buena suerte.
Pero al día siguiente, el hijo del labrador intentó domar precisamente al guía de todos los caballos salvajes, aquél que había llegado la primera vez, huído al día siguiente, y llevado de nuevo a toda su parada hacia el establo. Si le domaba, ninguna yegua ni potro escaparían del establo. Teniendo al jefe de la manada bajo control, no había riesgo de pérdida. Pero ese corcel no se andaba con chiquitas, y cuando el joven lo montó para dominarlo, el animal se encabritó y lo pateó, haciendo que cayera al suelo y recibiera tantas patadas que el resultado fue la rotura de huesos de brazos, manos, pies y piernas del muchacho. Naturalmente, todo el mundo consideró aquello como una verdadera desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”.
A lo que los vecinos ya no supieron qué responder.
Y es que, unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Pero cuando vieron al hijo del labrador en tan mal estado, le dejaron tranquilo, y siguieron su camino. Los vecinos que quedaron en la aldea, padres y abuelos de decenas de jóvenes que partieron ese mismo día a la guerra, fueron a ver al anciano labrador y a su hijo, y a expresarles la enorme buena suerte que había tenido el joven al no tener que partir hacia una guerra que, con mucha probabilidad, acabaría con la vida de muchos de sus amigos. A lo que el longevo sabio respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”.
Y es cierto que, en muchas ocasiones, lo que nos parece una bendición acaba convirtiéndose en una pesadilla, mientras que en tantas otras, lo que parece un revés, quizás nos abre la puerta a una situación que, con el paso del tiempo, agradeceremos.
Un cuento sobre el que merece la pena, y mucho, detenerse a reflexionar.
Besos y abrazos